Por Michelle Soto Méndez, Mongabay
Golfo Dulce es uno de los pocos fiordos —depresiones en el continente que son invadidas por el mar—, que se encuentran en el trópico. Tiene una extensión de 800 kilómetros cuadrados y sus profundidades van desde los 60 hasta los 215 metros.
A lo largo de la costa de este golfo tropical —situado en la Península de Osa, en Costa Rica— yacen arrecifes de coral, algunos de los cuales datan de hace 5000 años, aunque muchos de ellos fueron diezmados debido a la deforestación y la intensa actividad agrícola del siglo XX, que vertieron contaminantes y sedimentos en el agua marina.
Sin embargo, esa situación ha cambiado. Hoy el golfo está rodeado por áreas protegidas como la Reserva Forestal Golfo Dulce y el Parque Nacional Piedras Blancas. Se ha venido reforestando la zona, fomentando buenas prácticas agrícolas y un buen manejo de cuencas. A esto se suma que, en 2010, se declaró a Golfo Dulce como Área Marina para la Pesca Responsable, prohibiendo la incursión de la pesca de arrastre de camarón en sus aguas.
“Buscábamos un sitio que nos sirviera de laboratorio natural, donde los mismos corales nos dijeran que las condiciones que habían causado su degradación disminuyeron y así fue como llegamos a Golfo Dulce”, contó Tatiana Villalobos, investigadora de la organización costarricense Raising Coral.
Por esta razón, para los investigadores, el golfo se presentaba como un lugar ideal para instalar un proyecto piloto de restauración de corales. A esto se sumaron otras características como, por ejemplo, según explica Juan José Alvarado, investigador del Centro de Investigación en Ciencias del Mar y Limnología (CIMAR), “un mar tranquilo, fácil acceso, condiciones ideales para el manejo de vivero y especies que son emblemáticas pero han disminuido su presencia”.
Según datos del CIMAR, Golfo Dulce posee una cobertura de coral vivo que oscila entre un 18 y 20 %, y sus arrecifes están mostrando resiliencia. Pero este no es el único caso, la experiencia y técnica ganadas en los trabajos de restauración fueron clave para restaurar los corales en Bahía Culebra, al norte del país y que estaban fuertemente diezmados. ¿Qué camino siguieron los científicos para poder restaurar los arrecifes coralinos de Costa Rica?
A los arrecifes de coral se les considera la base de los ecosistemas marinos ya que dan soporte a más del 25 % de la vida en el océano. No solo eso, 500 millones de personas en el mundo dependen directamente de ellos en términos de alimentación, protección e ingresos por pesca y turismo.
Sin embargo, las actividades humanas sumadas al calentamiento de los océanos están degradando y destruyendo estos ecosistemas. Es por eso que cada vez más, investigadores latinoamericanos están incursionando en la restauración coralina.
Si bien existe trayectoria en este campo en el mar Caribe, no pasa lo mismo en el Pacífico. De hecho, según un artículo científico publicado el año pasado en la revista Plos One, solo Costa Rica y Colombia tienen proyectos activos actualmente.
“Lo que hicimos fue aprender las técnicas que se estaban utilizando en el Caribe [fragmentación y microfragmentación] y adaptarlas al Pacífico”, contó Villalobos de Raising Coral.
Los investigadores de Raising Coral, asesorados por CIMAR, instalaron entonces 12 viveros donde se cultivan corales de crecimiento ramificado como Pocillopora sp y otros de crecimiento masivo como Pavona frondifera, Pavona y Porites sp.
Como aplican técnicas de reproducción asexual, buscaron además colonias que sirvieran de donantes. En estos puntos, los investigadores toman muestras, no más del 10 % para evitar poner en peligro la colonia natural, y luego las someten a fragmentación y microfragmentación, es decir, extraen pequeños pedazos para sembrarlos luego en los viveros de corales.
Posteriormente, se colocan esos fragmentos en dos estructuras que yacen en el vivero: una asemeja a un tendedero de ropa y la otra es parecida a las antenas UHF que utilizaban los televisores antiguos. Por su parte, los microfragmentos se pegan en discos de cerámica que se colocan en una rejilla plástica.
“El objetivo del vivero es brindar condiciones más favorables para que el coral solo se preocupe por crecer”, detalló Villalobos y agregó: “los corales cuando están chiquitos, al igual que pasa con los árboles, tienen el problema de que todo compite con ellos. Lo que hacemos en el vivero es darles cuidados para que alcancen un tamaño que, cuando los llevemos al sitio de restauración, les permita competir y no sean depredados fácilmente”.
Los corales permanecen en el vivero entre 9 y 12 meses, y cuatro veces al mes los investigadores realizan labores de mantenimiento. “Los corales no se tocan, pero las estructuras sí se limpian. Lo que se busca es remover cualquier cosa que esté compitiendo por espacio con el coral o que esté atentando contra su salud. Hemos removido macroalgas, esponjas que están muy cerca, etc. Es como hacer jardinería; uno va y quita malezas”, explicó Villalobos.
Todos los meses se hacen trasplantes en cinco puntos del arrecife ubicado en Punta Islotes, dentro del Golfo Dulce. “Jorge Cortés [investigador del CIMAR que estudia corales desde 1980] indicó que, en su momento, este era el arrecife más extenso del golfo, pero lamentablemente perdió el 80 % de los corales. Una parte se viene recuperando, la más profunda, y es ahí donde nosotros hemos estado trabajando”, señaló la investigadora de Raising Coral.
Los trasplantes también tienen su ciencia, ya que la idea es dotar de tridimensionalidad al arrecife. “En el caso de los corales ramificados, a veces se pegan rama con rama y esto resulta ser importantísimo para los macroinvertebrados que los utilizan como refugio”, comentó Villalobos.
Además, las colonias se colocan a distancias que pueden ir desde los 20 centímetros hasta un metro, dependiendo del diseño pensado por los investigadores, siempre previendo que sean genéticamente diferentes para que poco a poco se fusionen. Incluso, se ubican sobre la estructura de un coral muerto para que el tejido vivo vaya apropiándose de ella.
El siguiente paso es el monitoreo, donde se observa la salud, la tasa de sobrevivencia de los trasplantes, su crecimiento y cómo está cambiando la dinámica ecológica en los sitios intervenidos.
A nivel mundial la supervivencia suele ser de entre 30 % y 50 %. En Golfo Dulce, según Raising Coral, ese porcentaje es de 80 % tanto en viveros como en los puntos de restauración. El crecimiento también ha sido bueno y, en cuanto a interacciones ecológicas, se han visto gran diversidad de peces y cangrejos utilizando los corales ramificados.
Actualmente, el proyecto está incursionando en una etapa más social, en la cual se capacita a ocho miembros de la comunidad de Puerto Jiménez para que asistan a los investigadores en el campo. Si bien solo los investigadores están autorizados para manipular los corales, estas personas ayudan en labores de mantenimiento y monitoreo ecológico.
“Nosotros les llamamos jardineros de coral, muchos de ellos trabajan en pesca deportiva o son amas de casa. Ha sido una experiencia muy bonita porque hemos podido acercarlos a la ciencia”, dijo Villalobos.